En días malos
Una de las
razones por las que disfruto tanto escribir es que, casi siempre, encuentro
respuestas a situaciones que estoy enfrentando.
Pero hoy…hoy
escribo esto con la seguridad que no encontraré nada, pero un deseo urgente de
“soltar”, compartir o hacer catarsis.
Todo empezó ayer
con un día que no pintaba mal. Tenía varios pendientes planificados y había
logrado despertarme temprano para empezar a tacharlos de mi lista. Uno de estos
pendientes era una cita médica a las 4pm. Llegué a tiempo, entré a mi consulta
y salí con una sensación poco placentera, de esas que te dan cuando el “doc” te
dice: hay dos escenarios, el bueno y el malo, pero tenemos que esperar.
Identifico este
momento como el detonante de un día que empezó a irse de “Guatemala” a
“Guatepeor”. Esperando en farmacia a recibir los medicamentos que me habían
recetado, mi mente empezó a avanzar a mil kilómetros por hora, inventando
historias relacionadas a ese “escenario malo” que ni siquiera era una realidad,
pero igual asustaba. Estaba metida en mis pensamientos, interrumpida solo por
el timbre del televisor que anuncia al siguiente turno y que tiene a todos los
que esperan levantando la cabeza cada 5 segundos para mirar si ya es su turno,
aunque faltan 45 personas antes que tú.
De repente era mi
turno y como escena de un capítulo de serie dramática, empezó a sonar un piano
con música intensa (no en mi cabeza, en la vida real). Según yo, me acercaba en
cámara lenta al counter de farmacia y empecé a responder de forma automática a
las preguntas de la amable señorita que me atendía. Aún en automático, salí de
la clínica y empecé a manejar con destino al siguiente lugar escrito en mi
lista de pendientes del día.
A mitad de
camino, me di cuenta que no había prendido la radio como suelo hacer y que había
preferido el ruido incesante de mis pensamientos como acompañamiento en mi
trayecto, con lo cual aseguré unos 25 minutos de alimentar los pensamientos
negativos que estaban multiplicándose en mi cabeza como bacterias. Llegué a mi
siguiente destino, que era una farmacia donde tenía que hacer un pago y, sea
porque ya venía de mal genio o porque me tocó la peor empleada del mes, siento
que recibí un pésimo trato, adicional al temido: “no hay sistema”. Caminé hacia
el siguiente lugar de pago más cercano, llegué y recibí ahora un “no podemos
realizar su transacción”. Para este momento, mi cara de pocos amigos creo que
era bien evidente para todo aquel que se cruzó conmigo en el trayecto de
regreso a mi carro.
Me dirigí hacia
lo que afirmé sería mi última opción antes de ir a mi casa a gritar en mi
almohada y finalmente logré realizar el dichoso pago. Ahora me quedaba un
último pendiente, que era hacer las compras de la semana. Las hice en minutos,
todo el tiempo con el ceño fruncido y poco o nada de paciencia hacia cualquier
persona mayor, indecisa o distraída que se topó en mi camino.
Cuando me acerqué
a la zona de panes horneados, no dudé en agarrar una bolsa y meter 10
karamandukas, preparada para enfrentar a muerte a cualquier empleado de la
tienda que ose a cuestionar por qué estoy comiendo los panes antes de pagarlos
(aunque nunca me ha pasado). Maquiné también que, con esa cantidad, podía comer
varios y llegar a casa con una cantidad prudente como 4, sin miedo a levantar
sospechas y que mi esposo me juzgue por haberme empujado 6.
Así, terminé de
comprar y me fui de regreso a casa, esta vez acompañada de mi bolsa de
karamandukas cuyo nombre debe significar “tentación creada por el demonio” o
algo así.
Llegué a mi casa, estacioné y suspiré porque ahora debía meter el
carro a la reja (que no es eléctrica), sacar las compras sola y subir los 4
pisos de mi edificio que no tiene ascensor. Aún estacionada, me di cuenta que
mi vecina salía hacia la reja y miraba mi carro como si fuera el taxi que
estaba esperando. Murmuré: “No, (insertar insulto nada necesario), no soy tu
taxi”. Bajé del auto, la miré y saludé con una media sonrisa falsa y forzada
que me salió y ella no respondió. En este momento deseé que su taxi no llegara
nunca y ella se quedara parada con la misma cara de (insulto innecesario número
2) que tiene, por 6 horas más.
Metí el auto,
bajé las compras y empecé a subir las escaleras, deseando que mis perros hayan
aprendido por fin a ayudarme a cargar las bolsas o por lo menos me sorprendan
con la noticia que se volvieron famosos en Instagram y ahora su comida, baños y
atenciones en veterinaria estén cubiertas al 100% por nuestros auspiciadores.
Entré a mi casa,
ordené las compras, le hice cariño a mis perros que estaban bastante tranquilos
(asumo porque percibieron que mi energía no era la mejor) y me desparramé en mi
cama por unos minutos. Cogí el celular y abrí mi correo, esperando ver algún
mensaje alentador. Solo encontré publicidad que me pareció mucho más molestosa
que de costumbre, al punto de darme de baja de un par de listas de distribución
de empresas de cursos on-line y tiendas por departamento.
Y ahora, ¿cómo
superamos este día? ¿cómo consigo quitarme el fastidio de las últimas 4 o 5
horas? Empiezo a pensar en todas las frases de motivación y páginas de
crecimiento personal. Después de un mal día, piensa en algo bueno que te pasó.
De todas las desgracias, al menos 1 cosa buena tiene que haber. Retrocedo mi
día en mi mente, tratando de adelantar las partes incómodas o desagradables,
para no revivir más emociones. No encuentro nada bueno, hasta que recuerdo una
sensación agradable en un punto.
Fue después de la consulta en el médico y
antes de la farmacia. Había llegado al primer piso y una señora mayor me había
pedido que la ayude a usar la máquina de café. Creo haber notado un pañuelo en
su cabeza, pero, por alguna razón, ahora no estoy tan segura.
La ayudo
explicándole el paso a paso y asegurándome de no alimentar su incomodidad y de
obviar las constantes disculpas y excusas que tiene para explicar la razón por
la que no ha podido usar la máquina ella sola. Al final, su bebida sale: un
cappuccino con 3 rayitas de azúcar y ella me dice:
"Gracias, no hay mucha gente
dispuesta a ayudar, que Dios te bendiga".
Pensándolo bien,
hoy no fue un día tan malo.
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